EMPATÍA

de Ana María Ruano Benítez

A las dos de la madrugada hay mucha gente insomne.

Los paisajes urbanos de las dos de la madrugada 

no son territorios hostiles ni escenarios de misterio: 

son puntos de congoja cotidiana. 

Mira la madre que era yo misma no hace tanto: 

acuna con ritmo un pequeño bulto entre sus brazos. 

Una diminuta mano que se agita cerca de su barbilla 

me dice que la criatura ha decidido que amanezca a la fuerza.

Dos pisos más arriba, 

quien fuma y hace filigranas carmesíes a la altura de la línea brillante de la baranda se angustia, 

quizá por guerras no concluidas esta noche, 

y espera el amanecer para dar batalla y recibir heridas.

Hay otra madre cerca de la azotea. 

Esta escudriña calle y cruces y mira instintivamente un reloj que ya no lleva en la muñeca. 

Espera una silueta conocida que ya no depende de sus brazos ni de su aliento para salir al mundo ni, sobre todo, para recogerse.

Una pantalla enorme conjura los deseos más escondidos. 

Mujeres y hombres entregados a ejercicios de gimnasia imposible 

que jamás será imitada por quien tiene los días más anodinos y las noches más tristes.

Otra pantalla seductora muestra el mundo que todos merecemos: 

los mejores utensilios, las cremas milagrosas, los alimentos apetitosos, 

los cachivaches que, increíblemente, harán que nuestra vida sea un tránsito glorioso.

El insomne de las dos de la madrugada 

es el que aún no agarró el sueño. 

Aquel que apura las últimas horas con la desazón del día que lo espera y lo quiere descansado y completo.

El insomne de las dos de la madrugada es el que ya dio una cabezada y 

–el corazón sobresaltado- 

recuerda las angustias que apoyó en la almohada y que, con mano fría, le han despertado rozándole la frente.

El insomne de las dos de la madrugada es el anciano que nada espera; 

es el joven que todo lo ansía; 

es la madre agonizando de temor, la madre que alarga su jornada atrapada en el hijo de berrinches o en el hijo de farras; 

es el concienzudo; 

es el temeroso; 

es el soñador al que el día se le queda chico.

El insomne de las dos de la madrugada soy yo,

que aplaco mi agonía inventando los mundos de un vecindario insomne.

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